30/11/2014

Der Himmel unter München / Las alas de la indiferencia


ando en las nubes. el azul es un túnel iluminado. al final creo ver la oscuridad. me dirijo hacia allí. nubosidad variable. arrastrado por la gravedad. entre copos de algodón. mis alas emprenden un vuelo hacia ningún lado. todo está al revés. es representación. no hay voluntad. el cielo bajo Munich es un túnel. Die Flügel der Gleichgültigkeit. al final creo ver la oscuridad.
©IaniHaniotis2014

27/09/2014

InsTANtes TAN esponTANeos (3)


El metro convertido en aventura bamboleante, los estómagos se transforman en una amenaza de bomba a punto de explotar en cualquier momento. Existe un fenómeno que lo provoca: la fiesta de la cerveza. Vestido típicos que invitan al análisis freudiano a través del lente de "La fuente y la doncella", ellas princesas inocentes saliendo de un parque lleno de leñadores. En cada parada salen despedidos o empujados por las amistades seres trastabilleantes que buscan aire fresco o poder eliminar la bilis que pugna por salir. En cada parada entran y salen miles de almas, el público se convierte en una grada que es toda platea. Cuando toca mi turno de bajar muy cerca unos brazos se arrojan sobre el pasamanos a un lado del andén, se asen con sus últimas fuerzas y comienza un rugido, el público celebra y el leñador se siente un gladiador luchando sobre la arena romana y ruge con más fuerza, el público ríe porque eso le puede pasar a cualquier buen hijo de vecino, pero ahí, justo ahí, es cuando hay que demostrar que se es un hombre de verdad, entonces el rugido se hace feroz imitando al león que se desmelena. Cada rugido es un vómito que expulsa litros de cerveza, porque un hombre de verdad a lo menos debe tomar tres o más litros, mezclado con pollo asado y ese pan trenzado llamado Breze junto al Obaatzda que es una especie de queso cremoso tipo Camembert con especias. La multitud se aparta no por temor al león sino para evitar el salpicón bilioso y maloliente mientras echa una sonrisa cómplice. El león queda apoyado inmóvil sobre la baranda, es el rey de la estación y lo ha demostrado valientemente, si la valentía ha de medirse por el tronar de sus entrañas, no de sus pulmones. Pero ahora no puede moverse a riesgo de caer sobre la materia que ahora es su alarido primario. Mientras me alejo en dirección a la salida pueden verse dentro de los vagones del metro seres medio dormidos tratando de sostenerse sobre sus pies o inevitablemente mirando en sus celulares las fotos recientemente tomadas en la celebración. Un hombre con los ojos entrecerrados me vislumbra a través de la ventana y levanta dos dedos en forma de v. Victoria. Peace, man.

La mujer grita. En la noche la ciudad parece despertarse de la somnolencia diurna y de la jornada laboral narcotizada. La mujer grita. Nadie se mueve. Pero miran con curiosidad. En la noche florecen los desplazados, ignorados durante el día. Ocupan un lugar. Dejan el silencio muchas veces. A gritos, como ahora. Al constatar que no representa peligro alguno, cada uno vuelve a su asunto. Hablar con su vecino. Mirar el teléfono otorgándole realidad a lo que está lejos, no a lo que está alrededor. El hic et nunc se ha convertido en una ficción que en el mejor de los casos puede volverse digna de ser fotografiada o filmada, para que otro ser en otro lado pueda verlo en su dispositivo electrónico y así transformarlo a su vez en realidad. No sé si alguien se fija ya en la mujer, pero la mujer continúa gritando. Al parecer insulta. Sus palabras no se entienden. Su voz suena amenazante pero ella no luce peligrosa. Parece alguien que sufre del síndrome de Tourette. Luego se calma. Como un animal que encuentra algo que le llama la atención, en ese momento retoma la cadena de gritos. El concierto de risitas y miradas esquivas puede sentirse, por momentos incluso verse. Muchos miran con impaciencia si el metro asoma la trompa con su ojo ciclópeo por el túnel. Ahí, ahí viene. Todos hacen fila, como si el capitán pasara revista, firmes en paralelo a los vagones. Todos normales. La loca de los gritos todavía no da el paso al frente. Pero cuando las puertas se abren el alivio se disuelve porque el equipaje de gritos finalmente entra al vagón. La mujer calla. Busca un lugar donde sentarse. Lo encuentra, y cuando todo hace parecer que el vagón será como una cuna que con su movimiento calmará a la bestia, los gritos comienzan nuevamente. Algunos pasajeros que no presenciaron lo sucedido en la estación se sobresaltan un poco. Entonces descubren que es sólo una loca y que no representa peligro alguno. Y se calman mientras toman prudente distancia. Y comienza el concierto de risitas y miradas esquivas. Cuando los gritos e insultos en ese idioma que sólo parece comprender quien los profiere se transforman en un elemento más de lo normal todo el mundo vuelve a su asunto. Unos hablan con su vecino. Otros echan mano de su teléfono celular y se sumergen en esa pequeña pantallita. El universo se disuelve y con él los gritos y la pobre mujer, la pobre mujer que en su desamparo se la ve totalmente desequilibrada y que con sus gritos finalmente ha logrado la atención efímera de quienes estaban cerca. Una cotidiana victoria pírrica. Pero la atención no es para ver si lo que en realidad necesita es un abrazo o para preguntarle si pueden hacer algo por ella. Lo justo y necesario para evaluar si tenían que correr y protegerse. La pobre mujer se presenta en su total desesperación solitaria. El resto se camufla silenciosamente en su ansiolítico 4G.

La mujer mira en mi dirección y se ríe. Pero no me ve, ve a través mío. O no ve nada, sus ojos parecen moverse sin enfocar en nada. Pasa desapercibida, pero si uno se percata de su presencia atrae la atención enseguida. Es mayor, su pelo largo descuidado, entrecano y mal teñido, más que sujetado parece sostenido por una pinza que se esfuerza en ejecutar su función. Cuando ese algo que invita a detenerse en ella conduce la mirada a su boca se encuentra la explicación. Su boca está desmesuradamente pintarrajeada de rojo. Labios y más que los contornos sumergidos bajo una capa de rojo eléctrico. Es una drama vivo. Y en ese momento su boca se abre en una sonrisa. Pero no es una sonrisa alegre, es mecánica, como esos muñecos gigantes de los parques de atracciones que más que alegría despiertan pavor. La boca cierra su mueca roja de la misma forma. Una muñeca de madera con cachetes rígidos en versión carne y hueso. Su cabeza gira en otra dirección y vuelve a abrir la boca, con la misma sonrisa. La mujer está sentada en las afueras de un café en un centro comercial subterráneo por el que pasan millones de personas. Su indumentaria es discreta como de una administrativa que ha pasado más de treinta años detrás de un escritorio en una oficina que nadie visita. Su pelo aunque desarreglado no dice mucho, es al recaer en su expresión y en esa boca de payaso que se abre y se cierra sin expresión, como si estuviera esculpida en cera, que se vuelve un imán a los ojos. Su café impertérrito sobre la mesa, dando señales de humo. Lo hipnótico, al menos para mí, va acompañado de la pregunta de si realmente está viva. La sonrisa denota un grado de enajenación que invita a pensar que tal vez sí sea de madera o de cera, o que sea en eso en lo que ha terminado por convertirse. Y giro mi cabeza cuando mi camino me aleja. Ella sigue sentada en su taburete. Hasta que mi ángulo hace ya imposible verla todo se repite. El café estático, olvidado, convirtiéndose lentamente en agua fría de color marrón intragable. Y esa boca gigante que con sus márgenes rojos asume una forma rectangular como una señal de tráfico que algún niño señalará y querrá mostrar a su madre mientras busca la rueda gigante y el tiovivo que normalmente son también parte de las atracciones.

30/08/2014

ahí donde termina la letra

ahí donde termina la letra
y comienza el agua
está el territorio
la patria es ese lugar
donde todos nos ahogamos


© Iani Haniotis 2014

28/08/2014

insTANtes TAN esponTANeos (2)



Creo que llego tarde. Ahí viene mi tren. Mirando como sin mirar, como siempre que estoy con prisa. Y en ese momento, aparecen. Son dos. Cada tanto me les encuentro en diferentes puntos de la ciudad, estoy casi seguro que siempre, abordando o a punto de abordar un medio de transporte. Como ahora. Pero aquella vez viajamos en el mismo vagón. No puedo definir a la pareja. Son hombres. Calculo a grosso modo que están alrededor de los cincuenta años. Decir que visten como mujeres resulte tal vez excesivo. Tampoco pretenden parecer mujeres. Para ponerle pies y cabeza: cabelleras rubias, bastante largas. Ojos azules. Normalmente al menos uno lleva bigotes. Son bastante delgados, pero de apariencia algo fornida, como de gente que trabaja con su cuerpo más que como alguien que va al gimnasio. Sus zapatos deportivos parecen salidos de un concierto de rock de los años '70 u '80, de riguroso color blanco. Siempre indefectiblemente en pareja, van de camiseta o blusa, normalmente chaleco por encima, gorros con visera y mini-shorts. Muy mini, cavados, piernas y gran parte de las nalgas al descubierto. Su piel cumple con la generación del bronceado perfecto, también en invierno, al igual que los mini-shorts, cuando mis ojos pueden divisarles por la ranura que queda entre mi gorro de lana y mi bufanda. A veces van discutiendo a vozarrones. Sus voces más parecen graznidos. Nunca llegué a entender una palabra de lo que dicen, como si hablaran un idioma propio que sólo ellos pudieran entender. Su andar es brusco y se diría que están siempre apurados. La gente no puede dejar de mirarles, pero nadie, que yo haya visto, nunca se ha animado a dirigirles la palabra cuando ellos van chocándose con el mundo. Imagino, por las expresiones, que muchos ven un espectáculo grotesco móvil, muchos quieren reír, pero una especie de miedo se los impide, a los sumo, como si hubiera un panal de abejas cerca, se despierta un fuerte zumbido de susurros llenos de comentarios por lo bajo, porque ven que la cosa va en serio, que no es un rol del momento: son eso. ¿Trabajan? ¿Son pareja? ¿Familiares? ¿Hermanos, tal vez? Guardan grandes similitudes físicas y de comportamiento, se visten como muchos padres visten a sus hijos, prácticamente con las mismas ropas, como un ejército de dos. Cuando llega el tren, todo el mundo ingresa a los vagones y ellos desaparecen por alguna de las puertas. Sé que en algún momento futuro los volveré a ver, como a lo largo de estos últimos años. Me pregunto también, a cuántas personas me he encontrado en esos mismos años con la misma asiduidad y nunca he percibido que se trataba de las mismas personas. Me pregunto también, cuántas personas en todos estos años habrán notado en cada encuentro conmigo que yo soy el mismo que ya han visto.

Gran parte de la vida en una ciudad con metro, es que las entrañas de la ciudad te tragan y te llevan de acá para allá por los rieles subterráneos. Son momentos en que en cada cubículo, si se tiene la suerte de encontrar asiento, te enfrenta a una cara desconocida, un ritual diario. El otro, a un palmo. Con su apariencia, sus modos, su lenguaje, sus tics, sus paquetes. Y su teléfono celular. Jadeante una chica logra ingresar al vagón antes de que terminen de cerrarse las puertas y empujando un par de bolsas logra hacerse lugar frente a mí. Coloca las bolsas en el suelo, entre sus piernas. Lleva una pequeña carterita del que asoma un pompón. No es decoración de cartera, en un momento suena su celular, ella lo toma y comienza a hablar. De repente veo que el pompón se muestra danzarín en el extremo de una piola que sale del estuche protector de su teléfono. La imagen me produce una especie de rechazo y compasión. El pompón se me hace cada vez más grande, es más grande que su cartera. Está ahí, moviéndose como un péndulo al ritmo del movimiento del vagón, colgando de su teléfono, de su oreja, bamboleante. Ostensiblemente le produce molestias a la chica, como si alguien quisiera meterle el dedo en el ojo a cada momento, más o menos. ¿Fetichismo exacerbado? ¿Fue un regalo de su gran amor y no puede tirarlo? No lo sé, pero, ¿cuánto espacio ocupa su celular en su vida? El extremo del adorno para el mejor ejemplo de la tecnología esclavizante. Por otro lado se ve muy real el pelo, ¿tengo delante de mí la piel de un conejo colgando de un teléfono? Ya dejé de hacerme hace tiempo la pregunta de si tales cosas son necesarias, incluso como decoración. Yo pensaba que el límite era que el estuche protector de un teléfono smart era que tuviera orejas de plástico rosadas de conejita de play-boy. Tal vez, alguien haya dado un paso más en el narcotizado mundo del tecno-fetichismo.

Unos días antes el amigo L. posteó una nota sobre Melingo, el cantante argentino. Era de Página/12. Me pareció muy interesante y me dejó pensando que tal vez Melingo tuviera una vida más interesante que su propia obra. O que una dimensionara a la otra. Digo esto sin menospreciar la obra. Recuerdo haber pensado lo mismo de Osvaldo Soriano, a quien admiro, pero siempre he presentido que sus libros parecen fragmentos de algunos de los millones de anécdotas y ricas historias que poblaron su vida. O tal vez era la manera en que él las contaba. El asunto es que entro a la biblioteca pública de mi barrio y me dirijo a la sección de música. Allí, como rutinariamente, me inclino sobre los casi a ras de suelo estantes de eso que ahora llaman música del mundo. Y ahí está el CD "Linyera" de Daniel Melingo comentado en la nota arriba mencionada. A miles de kilómetros de Buenos Aires, en una biblioteca de barrio en un suburbio. Un CD publicado en 2014 de un artista argentino. La curiosidad crece porque recuerdo que antes había tomado en préstamo su "Corazón y hueso", que sinceramente, no me convenció, pero que ya me había llamado la atención que estuviera entre los anaqueles. Alentado gracias a la nota arriba mencionada tomé "Linyera" y me tiene totalmente fascinado. Una obra genial, por lo que celebro haber sido animado a volver al artista. Colijo durante un rato y primero reviso la base de datos de toda la biblioteca municipal y veo que muchas dependencias tienen los dos álbumes. En algunas bajo el rótulo música del mundo, pero en otras bajo el de chanson. Después pienso si acercarme al mostrador de atención al usuario para preguntar cómo fueron a parar esos dos discos ahí. Al final, adepto al encanto del misterio, dejo que baje la fiebre de mi curiosidad y opto por dedicarme a disfrutar de la música. "Cuando se asoma alegre el sol / sobre los campos del Talar, / junto a las vías, van los linyeras. / Llevando como el caracol / la casa a cuestas y al azar, / van los linyeras, todos los días."

16/08/2014

insTANtes TAN esponTANeos (1)

Será cerca del mediodía. La gotas de lluvia reptan por las ventanas del tren metropolitano. Volaron en caída con mayor peso que el plomo de las nubes. Busco un asiento libre. Lo encuentro en un apartado todo para mí. Del otro lado del pasillo una pareja de personas mayores. Mientras me acomodo suena por los altavoces un mensaje que no es la primera vez que escucho en los últimos días. Queridos pasajeros, queridas pasajeras, desde hace un tiempo se está repitiendo la escena, hay músicos ambulantes que están subiendo a los trenes a tocar música. Por favor, la actividad no está permitida y les solicitamos por favor que no contribuyan dándoles dinero. Hace tiempo que presencio la escena en un medio cultural donde no es costumbre que los músicos ambulantes suban a los medios de transporte y pidan algún que otro doblón. Puedo ver que la tonada es más o menos siempre la misma, el instrumento siempre un acordeón, los intérpretes muy probablemente rumanos o búlgaros, aspecto gitano. Puedo ver muchas veces más o menos la misma reacción en muchos rostros. Desaprobación, cabezas que se mueven en pequeños movimientos negativos de desaprobación, con cara de asco y ojos que buscan la reprobadora complicidad. Veo en menor cantidad la indiferencia honesta. No recuerdo haber visto a nadie soltar alguna moneda. Desde hace tiempo comenzó una especie de campaña de prensa local denunciando mafias de limosneros. Todavía no sé qué es una mafia de limosneros. Piden dinero y si no les das ¿te dan il bacio della morte? Termina el mensaje del tren y a continuación desde el final del vagón comienzan a llegar los acordes de la música de turno, una mujer pesada y de mirada extraviada. Una coreografía perfecta entre represión y reacción. La pareja mayor a mi lado comienza con los tics habituales de a quien no le gusta la situación. No la música, la situación. El hombre toma su celular. ¿Va a llamar a la policía? Su mujer dice no, no hagas eso, dejá ya. Y él con su aparatito en la mano. Yo me pregunto ¿qué va a hacer, va a llamar a la policía, va a colaborar con las fuerzas del orden para informar que un ser inocente de delito alguno (al menos en esos momentos y exceptuando que pueda adjudicarse que su ejecución musical haya sido un crimen) está haciendo algo que los altavoces del metro dicen que no es correcto? No, teléfono en mano se desliza sobre el asiento y procurando que su víctima no lo vea, filma o toma con su built-in camera el momento. Algo bastante más penoso que ejecutar de la manera que sea una pieza musical de forma explícita. El hombre se retrae, creo ver una suerte de relamido que ejecuta su lengua, una especie de satisfacción por la obra de bien recién puesta en acción. La evidencia. Lo que necesita el buchón. Pero el buchón además tiene una asistente de lujo, que cuando se acerca la música acordeón en mano, la alecciona y repite eso no está permitido en el metro, policía, no permitido, policía, dinero no. La música repite como autómata, pesada, con mirada extraviada. Continúa su recorrido por el vagón. Un hombre que hay más adelante, yo ya lo había notado, tiene una identificación en la mano, se la muestra y le susurra algo. No escucho, pero es un policía de paisano. La mujer le presta atención, deja de tocar. Baja su instrumento, se sienta, y continúa el viaje como un pasajero más. Yo tengo que bajar. Siento que tengo que decirles algo a mis compañeros de viaje. Que su acción es peor que tocar música en un metro. Que molesta más la gente que va hablando todo el tiempo por su móvil por todo lo alto como si estuviera en el living de su casa, cuando uno se entera de cosas importantísimas de la vida laboral o privada de los demás, como que después de horas encontró el tornillo correcto, que la secretaria de la tarde usa lentes de montura roja o cosas aun más interesantes. Que al final es una tonada estúpida pero que vivimos en la dictadura de las tonadas estúpidas de miles de altavoces en medios de transporte, en cafés, en bares, en ascensores, en oficinas, en contestadores. Que existe una palabra que se llama colaboracionismo. Desciendo del tren, ya es tarde. Mis pensamientos reptan en sentido contrario al de las gotas de lluvia de la ventana.
Estoy a metros de una cita, caminando por la calle. Paso por la zona de contenedores de basura y reciclaje. Una señora parece tener uno de ellos como extensión de su brazo, o como prótesis. O podría decirse que la boca de uno de los contenedores, con su diseño de ojo de buey, parece haberse tragado al brazo de la señora, una especie de Jonás moderna tragada por la ballena de la basura de plástico. Sé que es la de plástico y sé que está buscando envases por los que le entregarán unos céntimos en el supermercado. Existe una legión de esas personas, que se multiplican cuando hay espectáculos al aire libre y van con carritos de la compra a la caza de envases que la gente deja despreocupadamente por todos lados. Se nota que los hay especializados, capaces de distinguir a metros de distancia cuál envase puede significar dinero y cuál no. Hay algunos con más de un carrito o directamente con una especie de tanque de maniobras a tal fin. Un concierto, después de todo, puede significar varios euros. Pueden verse por las calles, por las estaciones, caminando casualmente pero deteniéndose de manera abrupta sobre un tacho de basura, como si hubieran perdido algo y no tuvieran más remedio que meter la mano entre los restos. Visten de una manera normal, nadie diría a simple vista que ahí viene un pobre. Cierto que a veces uno aprende a reconocerlos y sin duda el carrito a su lado resulta un agravante. Pero esta señora que parece haber perdido su brazo completo dentro del contenedor en un momento retira su brazo, que afortunadamente compruebo está ileso, y lo que tiene en la mano es una especie de palo pero de aluminio con función retráctil y una especie de punzón en la punta (deduzco que un imán no puede ser si pretende pescar plástico) con el que pretende llegar a recónditos envases escurridizos. Una vez el brazo fuera mete la cara en el ojo de buey y registra detectivescamente si todavía hay envases que valgan la pena. Al parecer sí, porque vuelve a la carga y el brazo desaparece nuevamente, lanza descolgada de su astillero por delante. Mientras continúo mi camino rumbo a mi cita giro un par de veces la cabeza. Luego la mujer comienza a perderse de vista. La imagen de esa extensión metálica me deja pensando. Los métodos de la supervivencia. El aluminio, ese material que se junta en el contenedor contiguo también para su reciclaje, convertido en recolector de algún tipo en la forma de un palo, al servicio de una persona que a su vez lo recicla en un instrumento para moverse entre los meandros más bajos que nuestra sociedad genera. La sofisticación máxima al servicio de revolver entre lo que otros desechan. Me pregunto si el hombre de la pareja del metro tomaría también una foto para su registro de actos indignos del día.
Anochece y emprendo el camino a casa. En parte a pie, vieja costumbre peripatética en la que si no hay con quien dialogar dialogo conmigo mismo, o dicho de otro modo, me entrego a esa arcaica actividad en desuso llamada también pensar. Cada ciudad tiene lindas zonas por las que moverse a pie, sin importar cuán a menudo. Luego alguna boca de metro por la que desaparecer entre las entrañas tentaculares del tren subterráneo. Paso por un café que no sé si está de moda, pero que sin duda es día y noche muy popular. Durante el día la gente toma asiento dentro y cuando hace buen tiempo también fuera, sobre una especie de desnivel entre el local y la acera que tiene enfrente unas mesas enanas (en una casa diríamos ratona tal vez) y diminutas, en la que difícilmente pueden apoyarse dos vasos, no digamos un plato de comida. Pero si hace buen tiempo, nunca hay mesita libre. La gente luce como en cuclillas, por la pose no puedo decir que parezca cómodo así, incluso me atrevería a decir que más cómodo podría ser comer sobre una alfombra directamente a nivel del suelo. Pero eso es poco, cuando cae el sol comienza a reunirse más y más gente, resulta imposible siquiera ingresar para ir a los aseos, no hay una sola noche en que uno pase por allí y no tenga que bajar a la calle para poder avanzar porque hay una masa de gente agolpada frente al café, en las mini mesitas lilliputienses y en cada centímetro cuadrado de vía pública. La multitud en parejas o grupos de tres o más se extiende a los lados del local, a veces muchos metros, algunos son fumadores que de todos modos deberían estar fuera, pero el resto parece seguir algún mandato de la moda, ir a un café, arreglarse acorde a la situación, pagar el precio de una bebida como se paga en un café, para luego tomarlo en un vaso de plástico en plena calle y sin servicio, exactamente igual a como cuando antes el grupo de amigos adolescentes se juntaba por la noche y entre todos arrimaban lo que tenían para comprar un par de cervezas o un vino en envase de cartón para tomarlo en alguna escalinata o esquina más o menos iluminada, para eso, para conversar un poco. Sin aseos, a excepción de los arbustos, y sin tener que arreglarse mucho.

12/04/2014

territorio meteco



territorio meteco

lo extranjero ahí / lo que no existe / de eso también extranjero / que se mueve a través / de ese objeto / otro mundo / sin sangre / con tinta / el lenguaje

que habla
                 cuando no dice
                              que dice
                                            cuando no habla

y que tiene / como escudo de armas / el dibujo de ese león / que es la frontera / entre  el significado / y lo visible

heráldica inútil

el lenguaje es lo otro / que está en nosotros / el territorio / que no existe / sin tinta / con sangre



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meteco


meteco (del gr. "métoikos", extranjero)
1 adj. y n. m. En la Grecia antigua, *extranjero que se establecía en Atenas y no gozaba de todos los derechos de los ciudadanos atenienses.
2 *Advenedizo, *forastero o *extraño.
(Diccionario de Uso del Español María Moliner)

Meteco

lo extranjero como categoría
                                                    ontológica
del cuerpo
del río
            indiferente
de vos
           de acá
de allá
           de acá
del presente
                      del pasadofuturo
del todo
               la nada
de yo
inconsistencia
esquizofrenia de los mundos




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territorio

territorio (del lat. "territorium") m. Porción extensa de tierra, determinada geográficamente de modo natural -para este caso es más frecuente "país, región o tierra"-, o políticamente o como ámbito jurisdiccional: "El territorio regado por el Ebro. Un territorio independiente. El territorio del condado". (Arg.) Específicamente, división administrativa a cuyo frente está un gobernador. Zool. Espacio que elige un animal para desarrollar sus actividades y que defiende frente a otros individuos.
Notas de uso: "Territorio" no se emplea partitivamente, de modo que se dice "una porción de tierra rodeada de agua por todas partes" y no "una porción de territorio..."; en plural, se emplea sólo con referencia a partes de una entidad política: "la anexión de territorios".
(Diccionario de Uso del Español María Moliner)

Territorio

el territorio no existe
                   invención
                            el mapa metáfora de la
                                      irrealidad convertida
                                               en realidad suprema
                                                        el sinsentido con sus
                                                                  líneas donde cruzan
                                                                           es matar morir
                                                                                     donde cruzan
es ser humano inhumano
                                                                                     Untermenschen
                                                                  definición dada por la frontera
                                                                                     Untermenschen
                                                                           definición dada por
                                                                  el territorio seminal




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06/03/2014

El Muro ha muerto...

El Muro ha muerto... ¡viva el Muro! De los escombros que derribaron a todo lo que cae bajo la palabra Este, vuelve a la vida convertido en el máximo representante del Capital. Respira y tiene vida propia, está en las calles, su recorrido real, virtual, reconstruido, museo de la calle, galería de arte, fotos sobre paredes de edificios, vigas metálicas como instalación herrumbrada, mirador que da a una parte intocada de la doble elevación de piedra con torres de control, postales de todo tipo y color informando en las estaciones de metro. El muro está de moda. El Muro está más presente que el Nacionalsocialismo o la Segunda Guerra Mundial. Los gustos cambian, cada ciudad necesita sus atracciones y el mal siempre necesita verse encarnado en algo. Fuente de consuelo. Las huestes corren en masa a fotografiarse bajo el Checkpoint Charlie, o a recibir un Pasaporte que demuestre que se estuvo allí y que se atravesó realmente el control, a sentir cómo sube la adrenalina al atravesar el aviso que nos deposita en la libertad y que reza Now you are entering the american sector, allí, donde tantos perecieron al intentar cruzarlo realmente, sin teléfono smart listo para la foto instantánea de gente sonriente. A las huestes no les interesa en absoluto lo que realmente pasó, lo que cuenta es hoy, sin muros, sin exterminios, sin servicios secretos, sin escuchas, sin torturas, sin hambre, sin Gulags. Enfrente, el museo, el verdadero documento, la historia de su existencia, de las planeadas -con o sin éxito- mil y una fugas, y enfrente del museo, la tan famosa como infaltable casa de hamburguesas, y alrededor, el circo, el Muro en tres dimensiones, la experiencia Muro, el Muro como nunca antes había sido visto, las camisetas, el Trabi en todos los tamaños, real y de bolsillo, el tour en un oldtimer para sentir aires de Este al conducir en plena libertad, en grupo, con chofer o sin él, la experiencia Trabi para sentirse como en la East Side Gallery rompiendo el Muro y atravesándolo. La foto multiplicada del militar saltando para emprender la huida, el hijo del Sistema, soldado cobarde que no servirá para otra guerra, porque no es deserción, es abandono, el abandono desde los propios cimientos como símbolo de resquebrajamiento, de lo que no funciona. Todo lleva su nombre. Checkpoint. Muro. Los cafés, los puestos de Bratwurst, las tiendas para turistas repletas de souvenirs -incluidos los pedacitos de piedra de todos los tamaños-, la galerías, todo un gran supermercado que es parte de un discurso que para validarse necesita de forma compulsiva señalar el fallo ajeno. Y que sobre todo, necesita vender. A costa de una mezcla insaciable de morbo e ignorancia. Porque la piedra del muro, retratada hasta la arcada que nace de las entrañas, no es más que eso, lo que fuera una línea que representa de forma material la incapacidad humana para entenderse con el prójimo. La piedra no habla,  lo que tiene para decir está más allá del lenguaje. El Muro como monolito de la Odisea del Espacio. El Muro para ver, para tocar, para oler. El Muro orgía. El Muro omnipresente. El Muro que se vende al mejor postor. Viva el muro... ¡el Muro ha muerto!

22/02/2014

Mercedes, por ejemplo.



Montevideo. Algún día hace tiempo. Escucho hablar sobre Ayax, por ejemplo.

In den Buchläden stapeln sich                                     En las librerías se apilan
Die Bestseller Literatur für Idioten                             los best-sellers de literatura para idiotas
Denen das Fernsehn nicht genügt                                a los que la tele les resulta insuficiente

Berlín. Un poco antes, la corona rota, la estrella de Mercedes haciendo de compañía giratoria.

Im Hotel in Berlin in unwirklicher Hauptstadt         En el hotel en Berlín en la irreal capital
Mein Blick aus dem Fenster fällt                                   mi mirada a través de la ventana cae
Auf den Mercedesstern                                                    sobre la estrella de Mercedes
Der sich im Nachthimmel dreht melancholisch         que melancólica gira en el cielo nocturno
Über dem Zahngold von Auschwitz und andere Filialen   sobre el oro de los dientes de Auschwitz y  otras sucursales

Montevideo. Ayax aparece sobre el escenario, o Heiner. Está escondido como la carta robada delante del público entrante. Habla de la estrella de Mercedes en Berlín, y sólo así puedo entender, después de haber estado frente a ella, de ver la corona rota, el recuerdo de la tragedia. La tragedia ha muerto, por ejemplo.

Berlín. Años después. La corona rota sigue ostentando la parte que le falta y la estrella de Mercedes sigue girando impertérrita a pocos metros. Debajo Ku'damm con sus comercios y su bullicio y su tráfico en hora pico. La memoria no existe, por ejemplo.

Montevideo. El actor en clave atlética sigue un ritmo, el del poema y el de la música

New             No                     New                        
Age              Advanced          Ambient
Motor          Music                Machine 
New             No                     New
Age              Advanced          Ambient
Motor          Music                Machine
                NNNAAAMMM

Montevideo/Berlín. No importa el lugar. Los decorados conmemorativos están diseñados para el placentero olvido de la conciencia tranquila y el deber cumplido. Sobre el escenario miles de actores y actrices, una coreografía sangrienta sin sangre a la vista, sólo en las venas y en las arterias. Todo bajo la piel. Todo bajo control. La música obliga al ritmo atlético de las masas. Uno, dos, uno, dos.

Welcome to electro-smog therapy                             Bienvenidos a la terapia de electro-smog
Monsieur Guillotin and the democratic machine.     
El señor Guillotin y la máquina democrática.

Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
In der Maschine schläft das Lied                               La canción duerme en la máquina
Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
In der Maschine schläft das Lied                                En la máquina duerme la canción
Das Lied schläft in der Maschine                               La canción duerme en la máquina
Maschine träumt das Lied                                          Máquina sueña la canción
Maschine Maschine Maschine Maschine...                Máquina máquina máquina máquina...

Berlín/Montevideo. Hace años. Una obra. Un actor. Un poema. Heiner Müller, por ejemplo. Ayax, engañado. Una y otra vez. La historia, ese otro nombre para la amnesia. Especialista en engaños y en ironías. Una música, una canción. Einstürzende Neubauten. Las nuevas construcciones se caen a pedazos. Desde entonces, Ayax me acompaña bajo el firmamento. Cuando me encuentro con la estrella de Mercedes, por ejemplo.

Nachdenkend über die Möglichkeit                    Pensativo sobre la posibilidad
Eine Tragödie zu schreiben                                  de escribir una tragedia

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[Ajax, zum Beispiel: poema de Heiner Müller. Adaptación teatral en Montevideo: Mariana Percovich, año 2000. Música: NNNAAAMMM, de Einstürzende Neubauten. En la foto: Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche / Iglesia Memorial Emperador Guillermo]


19/02/2014

M & E



Marx y Engels
dirección Unter den Linden
Karl-Liebknecht-Str.
corre a un lado
Marx y Engels
embalsamados en bronce
mirando hacia el Oeste
de espaldas a 1917
Marx y Engels
vislumbrando el paraíso comercial
los museos a tiro de piedra
dejándose fotografiar
una dos mil veces
Marx y Engels
el souvenir perfecto
entre los árboles
bajo la nieve
y las cagadas de las palomas
Marx y Engels
uno sentado
el otro de pie
separados
uno al lado del otro
a kilómetros de distancia
Marx y Engels
en pleno centro
en Mitte
vislumbrando el infinito
detrás de decimonónicas barbas
y metálicos ojos
Marx y Engels
sus hombros bajo la levita
lucen cansados


01/02/2014

Rosa-Luxemburg-Platz



¿Cuántos nombres tendrá tu plaza, Rosa?
Buscabas la paz. La violencia y la guerra fue siempre detrás de ti. ¿Están tus restos donde dicen que están tus restos?
Ahí está tu plaza, un triángulo.

Endlich müssen alle Arbeiter und Arbeiterinnen im Alter -nach dem 60. Lebensjahr- eine Lebensrente erhalten, die ihnen wenigstens eine leidliche Möglichkeit bietet, ohne Elend mit der Familie zu leben.

Las placas en el suelo recuerdan tus palabras. Leerlas puede ser peligroso, están dispuestas de tal forma que comienzan en la acera y terminan sobre la calzada. Al menos dos vehículos hacen sonar sus cláxones espantados ante la  intempestiva hora de lectura.

Eine Revolution kann auch in kulturellen Formen verlaufen, und wenn je dazu Aussicht hatte, so ist es gerade die proletarische, denn wir sind die letzten, die zu Gewaltmitteln greifen, die eine brutale Revolution herbeiwünschen könnten.

Como señales para reconocer el camino de regreso a casa las placas respetan el perímetro del triángulo que es la Rosa-Luxemburg-Platz.

Rosa, te oponías a la guerra, y por eso pagaste con la cárcel. Eras polaca. Eras judía. Eras espartana. Eras comunista. Eras la fundadora del partido comunista polaco. Del partido comunista alemán. Eras abogada. Eras una mujer que pensaba, que escribía y que lideraba. ¿Cuál habrá sido considerado tu más grave delito?

La injusticia obró con la mano propia de los Freikorps, que te dio un culatazo y luego un disparo en la cabeza. Te arrojó al canal de Landwehr. Sus aguas bañan en paralelo al Spree a la ciudad de Berlín. Tu cuerpo fue encontrado meses después. Ahora las aguas de Berlín sean tal vez Rosa, la que quisieron desaparecer. Al igual que tu plaza, que tiene curiosos antepasados como nombre. Fue Babelsberger, nombre del castillo que Friedrich Wilhelm III. regalara a su hijo, futuro Emperador Wilhelm I. Fue Bülow, príncipe y diplomático. Fue Horst-Wessel, mártir del nacionalsocialismo que hubieras combatido en vida. Fue Liebknecht, tu compañero, también asesinado a sangre fría por las mismas manos que te quitaron la vida. Fuiste tú misma sin nombre, sólo Luxemburg, cosa que se confundía con el nombre de cierto país. Finalmente, fuiste y eres tú con nombre y apellido, siempre y cuando las voces que se oponen no se hagan más fuertes.

Plaza Rosa Luxemburg. Así desde 1969. Nació la plaza con tu nombre del otro lado del muro. Ahora caído, falta ver cuánto falta para que te borren del mapa.

Ich dachte mir damals, dass die Venus von Milo am Ende nur deshalb ihre Reputation als Schönste der Frauen durch Jahrhunderte hat bewahren können, weil sie schweigt. Würde sie den Mund auftun, wäre vielleicht der ganze Charme zum Teufel.

Bajo la plaza corre la línea 2 de metro, que llega a Alexanderplatz. Sobre uno de los lados de la plaza se erige el teatro Volksbühne [Escenario del pueblo]. Allí estrenó Rainer Werner Fassbinder su adaptación de Berlín Alexanderplatz de Döblin. Allí obra de intendente Franz Castorf provocando al público alemán. Enfrente hay un café. Su nombre es, Luxemburg.

Es darf keine Pflichten ohne Rechte geben, wie es auch keine Rechte ohne Pflichten geben darf. Da alle Menschen Pflichten gegenüber dem Staat haben, so müssen sie auch im Staat Rechte besitzen, und vor allem das Hauptrecht -an den Parlaments-...wahlen teilzunehmen.


23/01/2014

The horror! The horror!

Denkmal für die ermordeten Juden Europas o Monumento a los Judíos de Europa Asesinados.
Desde un rincón observo estelas de concreto cubriendo miles de metros cuadrados. Su color ceniza no casual. Las palabras de Mr. Kurtz resuenan en mi cabeza:

The horror! The horror!

De camino minutos antes el muy pequeño en comparación Monumento a los Gitanos Asesinados durante el Nacionalsocialismo. Tiergarten. Árboles. Un blanco Monumento a Goethe. Un bloque monolítico que parece salido de 2001 Odisea del Espacio como Monumento a los Homosexuales Perseguidos por el Nacionalsocialismo. Las primeras preguntas: ¿Por qué tres comunidades cada una con su monumento? ¿Por qué uno ocupa toda una plaza con sus miles de metros cuadrados y los otros dos están perdidos en un parque?

Orwell, siempre Orwell. All animals are equal, but some animals are more equal than others.

Entre el bello monumento a Goethe y el en recuerdo a los judíos asesinados de Europa, una avenida. La acera es amplia del lado del parque. Una manifestación tiene lugar allí. Creo que la tercera o cuarta en el mismo día desde donde Unter den Linden (la avenidad Bajo los tilos) termina en la Puerta de Brandenburgo, estos es, a unos 300 metros. Esta reclama democracia en Irán. Los participantes parecen ser casi en un cien por ciento iraníes. Por los parlantes resuenan los gritos en persa. La gente trona con consignas que no entiendo. Toma la palabra un orador alemán. Habla en su idioma.

Se supone que estoy en un lugar que representa un cementerio. Las estelas de concreto son tumbas de diferentes alturas, en las que uno está invitado a perderse para sentir aislamiento y alejarse de la racionalidad en un caos ultra ordenado. 

Mientras me interno, antes de que la altura de los bloques supere la altura de mis ojos y me vea sumergido entre ellos, diviso a la distancia la Puerta de Brandenburgo, la cúpula del Reichstag o Parlamento Alemán, a unos metros delante de mí flamea la bandera de la embajada de los Estados Unidos en Berlín.

Al otro lado de los bloques o estelas hay un centro de información. En él, en el subsuelo y por ende en las entrañas del monumento, están publicados los nombres de todos los judíos de los que se tiene conocimiento que fueron exterminados durante el nacionalsocialismo.

Miro a mi alrededor. Sobre los bloques más bajos la gente se sube, se sienta, se toma fotos. Continúo hasta perderme. Esucho risas. Gente corriendo. Veo personas que se esconden de sus acompañantes. Se oyen acá y acullá gritos de sorpresa de chicas sorprendidas por sus parejas que saltan desde detrás de alguno de los bloques. Los niños corretean. Agitación. Jadeos. Fiesta. Carrusel estático. Un parque de diversiones en formato de múltiple seplucro y color ceniza de crematorio. 

The horror! The horror! repite Mr. Kurtz.

Arriba el cielo emula el color de los bloques. A mi alrededor los monolitos están cubiertos con una sustancia anti-graffiti. La empresa contratada que la produce tiene una casa filial que producía el Zyklon-B para las cámares de gases.

Mr. Kurtz grita, aunque está desfalleciente. 

La fundación encargada de administrar el monumento calificó al mismo de imán turístico. Desde su inauguración se han encontrado esvásticas dibujadas en repetidas ocasiones. Fue tendencia entre los usuarios de una aplicación orientada a homosexuales el uso de su fotografía de perfil con el monumento como fondo. La crítica se repite por un sistema de bloques que no logra explicarse por sí mismo. Se ha reclamado que con los costos que supuso hasta se podría haber ayudado económicamente a víctimas supervivientes de la shoah que no tienen ni para vivir. 

Metido en ese monstruo de hormigón el panorama finalmente me va haciendo sentir lo que los artistas que lo diseñaron se proponían. La realidad desconectada de la razón en un caos ordenado. Aislamiento. No sé si esa sería la definición de la sensación. Pero quiero salir. Al parecer siento lo que debería sentir pero no del modo o por las razones que debería. O tal vez sí, lo que redobla el temor. 

The horror! The horror!