02/12/2017

Día y niebla

La niebla atorada en la garganta como colchón algodonado que adormece la nada que parece querer proteger. Acompaña los pasos distraídos de alguien que se deja llevar entre luces enmarañadas que conducen a un tren perdido entre los rieles. Lo llevan a una estación desorbitada en la que miles de ojos cuerpos celestes sin luz propia palpitan el nuevo silbato de un tren que llega y un trance que sale. Valijas llena de estertores con la incertidumbre sucumbiendo al sobrepeso. Algo para comer y jugar a llenar el infinito vacío existencial de las entrañas. Asomar la nariz a las afueras para tomar aire fresco mientras el filtro de algún cigarrillo se ocupa de distraer la mirada mientras se cuela hasta el último recoveco del pulmón derecho. A la izquierda un órgano fosilizado a la espera de que alguna geóloga tenga a bien despegarlo de la roca y trate de descifrar su dibujo. Las tiendas se erigen más allá de la mirada como templos de otras culturas llenas de objetos raros y ajenos. Las luces lo contaminan todo pero no tanto como el ruido de la depresión urbana. Roto de naturaleza los seres que habitan este zoológico solo piensan en proteger su celda mientras rumian sobre la belleza de una existencia que no poseen y no luchan por adquirir. Ahogados por la noche salen los seres a buscar su presa. Ellos mismos. Todos pardos. Como vampiros que escapan al rey sol Hermes brillante que delata cada curva que acuña la tristeza sobre los rostros. Viñeta existencial que aflora bajo el diablo del mediodía. Me transformo en el día que huye de sí mismo. Acelero el paso para acelerar las horas los minutos los segundos. La guarida está detrás de la mirada narcotizada que descubro del otro lado del espejo. Cuando me giro llego a atisbar que ambos nos vamos en la misma dirección. No sabiendo a dónde. Escapando para terminar presos de la misma mentira. Otro día bajo la luna en cuarto menguante. La sangre se ve violácea mientras me relamo.