Sentirse parte de algo
o sentirse que se está en algo pero no se es parte de eso. Estar dentro viendo
desde afuera, o conformar la corriente. Algo impuntual, por qué no, bajo a las
catacumbas del Filmmuseum. Robert Mitchum ya está en la pantalla blanca, negra
y muy gris. Cine noir con mayúsculas: Out of the past. Para mi
sorpresa la sala está llena, estamos hablando de una película de cine noir
con mayúsculas, en blanco, negro y muy gris que data del antidiluviano año
1947. Cuando las luces se enciendan al finalizar la película descubriré que soy
como el bebé de la sala. Asciendo por las escaleras de concreto con paredes del
mismo material decoradas con imágenes del cine clásico que, como en un museo,
están expuestas detrás de vitrinas. Es un museo. Es el Filmmuseum. Al salir la
noche está fría y húmeda, ha llovido. Recuerdo que cerca está el
Glockenbachwerkstatt, que volcado rápidamente al español sería el taller del
barrio de Glockenbach. Un centro cultural municipal donde pueden verse cosas
interesantes que funcionan con independencia del mainstream. Esta noche
es así sin lugar a dudas. Obediente a cierta necesidad me dirijo directamente a
los servicios, cuando regreso a la recepción quien oficia de boletero me hace saber
que le dijeron de todo porque no me cobró la entrada cuando ingresé como un
tornado. Normalmente la recepción es de libre acceso, la entrada se abona al
ingresar al concierto. Esta noche no, primeo se paga, después se ingresa. El
boletero me informa. Hay tres bandas, la primera ya fue. La segunda es francesa
y está a punto de tocar. Ya conozco la información, la leí en casa por la tarde
temprano. El bar está cerrado, pero hay una cantina ad hoc que vende la
cerveza más barata. Esto es, según indica la pizarra de precios, si no se está
vistiendo Trachten, palabra que se aplica al traje tradicional bávaro
con el que se ven inundadas las calles de Munich cuando se celebra la
archiconocida Oktoberfest. En ese caso, la cerveza es más cara de lo normal. No
sé si es un chiste, pero durantes los tres fines de semana que dura la fiesta
popular no todo es a favor de la celebración, las voces de protesta se
hacen sentir de las formas más variadas y muchas veces originales. La banda
número 2 dice ser de Bélgica, no de Francia, pero el cantante es un francés
establecido en Bruselas. Me gusta, me gusta mucho. En algún momento entran unas
personas vestidas en Trachten con cervezas en la mano. Me tienta
preguntarles cuánto pagaron por la cerveza, si 2,30 o 4,00 euros. La segunda
opción sería casi como un robo a mano armada para una cerveza en botella.
Desisto para no eliminar la mística posible del chiste y porque el nivel
etílico de los susodichos me invita a concentrarme en el concierto, sobre todo
cuando comienzan a dar pasos de baile como si la música que es del tipo
hardcore melódico con electrónica fuera un vals. El grupo es muy bueno, me
alegra haberme decidido por pasar a echar un vistazo, o un oidazo en este caso.
El cantante y guitarrista, cuando ni canta ni toca la guitarra hace unos
movimientos como de ofrenda, con las manos como si fueran salidas de una
ilustración egipcia. Al final del concierto hablamos un poco, es simpático,
está en su mundo. Lo que quiere decirme está por encima de lo que su inglés
parece capaz de transmitir, pero lo escucho y lo entiendo. Creo que si un
artista no muestra que está inmerso en su mundo algo le falta. Comienza la
banda 3, que es en realidad una sola persona. Un tipo con el pelo largo
desgreñado, la cara pintada completamente de rojo y negro en dos bandas, su
ropa es un traje que parece una bolsa de arpillera con un cierre delantero,
como un vestido que le llega hasta algo por encima de las rodillas. No hay
ningún instrumento de música a la vista que lo acompañe. Unos equipos, un par
de lámparas. Es todo. Siempre me despiertan admiración los artistas que se
enfrentan solos al público. Cuando lo hacen como este, más, porque claramente
las opciones parecen reducirse a dos: o se está frente a un loco ridículo, o se
está frente a un loco genial. En este caso es lo segundo. Al principio el
público no sabe bien cómo comportarse, más bien sonríe, como si estuviera
frente al primer tipo de loco. Los brazos van de un aparato a otro, encienden
una lámpara o la otra, los pies presionan pedales, el micrófono cuelga como una
soga desde su cuello. De una manera u otra, produce algo hipnótico, no es
dulce, es duro, gritos distorsionados sumados a una base de sonido sobre la que
pone y quita efectos. No hay pausas, es un número de una única persona y de un
sólo acto. Al final la gente quiere más, lo suplica. El loco es genial, se lo
quieren hacer saber. Fin.
Salgo a la noche. El aire se deja ver en forma
de flotantes gotas de agua. Decido caminar un poco. En la plaza central me
paran dos chicas. Una me pide si por favor le puedo abrir su lata de bebida, me
dice y me muestra que con sus uñas que deben medir unos cuatro centímetros de
largo no le es posible. Su amiga está en condiciones similares. Nos sonreímos
de forma cómplice mientras se la abro. Buscan un club, me dice el nombre. Ni
idea. Me dice la calle. Ni idea. Ellas se van con sus uñas a cuestas y yo
preguntándome cómo hacen para vestirse todos los días. Después de caminar
siguiendo la línea del metro decido bajar y continuar en el tren hasta casa. En
la estación que da a la Oktoberfest suben los remanentes que no han ido a
ninguna After-Wiesn-Party, siendo Wiesn el nombre que dan los locales a la
Oktoberfest. Frente a mí se sienta una pareja de chicos, ambos embutidos en
trajes tradicionales, camisa a cuadros, pantalones de cuero o Lederhosen.
Se ponen a discutir y me doy cuenta de que es una rencilla doméstica, hay
celos, son pareja. En algún momento la cosa sube de tono y uno patalea un poco,
estoy a punto de cambiar de asiento, no quiero ser la víctima de que uno miró a
otro pero el otro le dijo que estaba con uno y que no tenía interés pero el
primero igual se ponía celoso y que siempre era igual en las reuniones sociales
y el otro que nunca. El que despierta los celos comienza a toser. Tose de forma
desmedida, parece que le va a dar un síncope, yo creo que más bien va a
vomitar. Mientras especulo nuevamente con cambiarme de lugar para no ser
víctima de la devolución de litros de cerveza las cosas se apaciguan entre
ellos, palmaditas en la espalda y está bien está bien. El de la tos se levanta
y se va al descanso del vagón, junto a la puerta. Luego el otro lo sigue. Ya
son amigos otra vez.
Llego
a mi estación. Al salir de ella se me acerca una chica. No sé por qué
inmediatamente antes se me da por repetir en voz alta una frase en inglés que escuché con anterioridad el
mismo día. No sé si me escuchó, o si simplemente por no
parecer alemán, o porque ella no lo es, me habla parte en alemán parte en
inglés. Busca un banco. Cuando la gente me habla así no sé muy bien qué
decirle, o sí lo sé, pero no sé bien en qué idioma. Así que le contesté medio
en inglés medio en alemán. Me agradece mitad en un idioma mitad en el otro y
comienza a caminar más lento que yo. Es ya noche tarde, ya tiene la información
y no busca más diálogo. Buena chica. Sus pasos hacen retumbar los tacos detrás mío el resto del
viaje hasta el banco. La noche nos disuelve entre sus húmedas gotas.