26/10/2013

La edad del sol

    en la soledad
no hay sol
             sólo edad




06/10/2013

La noche es el momento correcto


Sentirse parte de algo o sentirse que se está en algo pero no se es parte de eso. Estar dentro viendo desde afuera, o conformar la corriente. Algo impuntual, por qué no, bajo a las catacumbas del Filmmuseum. Robert Mitchum ya está en la pantalla blanca, negra y muy gris. Cine noir con mayúsculas: Out of the past. Para mi sorpresa la sala está llena, estamos hablando de una película de cine noir con mayúsculas, en blanco, negro y muy gris que data del antidiluviano año 1947. Cuando las luces se enciendan al finalizar la película descubriré que soy como el bebé de la sala. Asciendo por las escaleras de concreto con paredes del mismo material decoradas con imágenes del cine clásico que, como en un museo, están expuestas detrás de vitrinas. Es un museo. Es el Filmmuseum. Al salir la noche está fría y húmeda, ha llovido. Recuerdo que cerca está el Glockenbachwerkstatt, que volcado rápidamente al español sería el taller del barrio de Glockenbach. Un centro cultural municipal donde pueden verse cosas interesantes que funcionan con independencia del mainstream. Esta noche es así sin lugar a dudas. Obediente a cierta necesidad me dirijo directamente a los servicios, cuando regreso a la recepción quien oficia de boletero me hace saber que le dijeron de todo porque no me cobró la entrada cuando ingresé como un tornado. Normalmente la recepción es de libre acceso, la entrada se abona al ingresar al concierto. Esta noche no, primeo se paga, después se ingresa. El boletero me informa. Hay tres bandas, la primera ya fue. La segunda es francesa y está a punto de tocar. Ya conozco la información, la leí en casa por la tarde temprano. El bar está cerrado, pero hay una cantina ad hoc que vende la cerveza más barata. Esto es, según indica la pizarra de precios, si no se está vistiendo Trachten, palabra que se aplica al traje tradicional bávaro con el que se ven inundadas las calles de Munich cuando se celebra la archiconocida Oktoberfest. En ese caso, la cerveza es más cara de lo normal. No sé si es un chiste, pero durantes los tres fines de semana que dura la fiesta popular no todo es a favor de la celebración, las voces de protesta se hacen sentir de las formas más variadas y muchas veces originales. La banda número 2 dice ser de Bélgica, no de Francia, pero el cantante es un francés establecido en Bruselas. Me gusta, me gusta mucho. En algún momento entran unas personas vestidas en Trachten con cervezas en la mano. Me tienta preguntarles cuánto pagaron por la cerveza, si 2,30 o 4,00 euros. La segunda opción sería casi como un robo a mano armada para una cerveza en botella. Desisto para no eliminar la mística posible del chiste y porque el nivel etílico de los susodichos me invita a concentrarme en el concierto, sobre todo cuando comienzan a dar pasos de baile como si la música que es del tipo hardcore melódico con electrónica fuera un vals. El grupo es muy bueno, me alegra haberme decidido por pasar a echar un vistazo, o un oidazo en este caso. El cantante y guitarrista, cuando ni canta ni toca la guitarra hace unos movimientos como de ofrenda, con las manos como si fueran salidas de una ilustración egipcia. Al final del concierto hablamos un poco, es simpático, está en su mundo. Lo que quiere decirme está por encima de lo que su inglés parece capaz de transmitir, pero lo escucho y lo entiendo. Creo que si un artista no muestra que está inmerso en su mundo algo le falta. Comienza la banda 3, que es en realidad una sola persona. Un tipo con el pelo largo desgreñado, la cara pintada completamente de rojo y negro en dos bandas, su ropa es un traje que parece una bolsa de arpillera con un cierre delantero, como un vestido que le llega hasta algo por encima de las rodillas. No hay ningún instrumento de música a la vista que lo acompañe. Unos equipos, un par de lámparas. Es todo. Siempre me despiertan admiración los artistas que se enfrentan solos al público. Cuando lo hacen como este, más, porque claramente las opciones parecen reducirse a dos: o se está frente a un loco ridículo, o se está frente a un loco genial. En este caso es lo segundo. Al principio el público no sabe bien cómo comportarse, más bien sonríe, como si estuviera frente al primer tipo de loco. Los brazos van de un aparato a otro, encienden una lámpara o la otra, los pies presionan pedales, el micrófono cuelga como una soga desde su cuello. De una manera u otra, produce algo hipnótico, no es dulce, es duro, gritos distorsionados sumados a una base de sonido sobre la que pone y quita efectos. No hay pausas, es un número de una única persona y de un sólo acto. Al final la gente quiere más, lo suplica. El loco es genial, se lo quieren hacer saber. Fin.
Salgo a la noche. El aire se deja ver en forma de flotantes gotas de agua. Decido caminar un poco. En la plaza central me paran dos chicas. Una me pide si por favor le puedo abrir su lata de bebida, me dice y me muestra que con sus uñas que deben medir unos cuatro centímetros de largo no le es posible. Su amiga está en condiciones similares. Nos sonreímos de forma cómplice mientras se la abro. Buscan un club, me dice el nombre. Ni idea. Me dice la calle. Ni idea. Ellas se van con sus uñas a cuestas y yo preguntándome cómo hacen para vestirse todos los días. Después de caminar siguiendo la línea del metro decido bajar y continuar en el tren hasta casa. En la estación que da a la Oktoberfest suben los remanentes que no han ido a ninguna After-Wiesn-Party, siendo Wiesn el nombre que dan los locales a la Oktoberfest. Frente a mí se sienta una pareja de chicos, ambos embutidos en trajes tradicionales, camisa a cuadros, pantalones de cuero o Lederhosen. Se ponen a discutir y me doy cuenta de que es una rencilla doméstica, hay celos, son pareja. En algún momento la cosa sube de tono y uno patalea un poco, estoy a punto de cambiar de asiento, no quiero ser la víctima de que uno miró a otro pero el otro le dijo que estaba con uno y que no tenía interés pero el primero igual se ponía celoso y que siempre era igual en las reuniones sociales y el otro que nunca. El que despierta los celos comienza a toser. Tose de forma desmedida, parece que le va a dar un síncope, yo creo que más bien va a vomitar. Mientras especulo nuevamente con cambiarme de lugar para no ser víctima de la devolución de litros de cerveza las cosas se apaciguan entre ellos, palmaditas en la espalda y está bien está bien. El de la tos se levanta y se va al descanso del vagón, junto a la puerta. Luego el otro lo sigue. Ya son amigos otra vez.
Llego a mi estación. Al salir de ella se me acerca una chica. No sé por qué inmediatamente antes se me da por repetir en voz alta una frase en inglés que escuché con anterioridad el mismo día. No sé si me escuchó, o si simplemente por no parecer alemán, o porque ella no lo es, me habla parte en alemán parte en inglés. Busca un banco. Cuando la gente me habla así no sé muy bien qué decirle, o sí lo sé, pero no sé bien en qué idioma. Así que le contesté medio en inglés medio en alemán. Me agradece mitad en un idioma mitad en el otro y comienza a caminar más lento que yo. Es ya noche tarde, ya tiene la información y no busca más diálogo. Buena chica. Sus pasos hacen  retumbar los tacos detrás mío el resto del viaje hasta el banco. La noche nos disuelve entre sus húmedas gotas.

04/10/2013

... plata color ceniza el agua, el ala...

   HAY UNA QUIETA PAZ metálica en el aire bajo el
tendido gris que el lago inmóvil multiplica. Plata co-  
lor ceniza el agua, el ala, el vuelo, el aire, el tuyo,     
el de esta ausencia.                                                  

José Ángel Valente                                               


Hoy la foto puede que no sea mía, porque yo no sabía que la tomaría ignorante de las palabras que otro ya tendría convertidas en tinta para que yo un día la tomara. Puede que hoy sea todo figurado, foto, texto y el silencio, que es todo lo demás. Pero hoy foto y texto son de algún modo inescrutable uno y lo mismo. Puede que hoy la foto no sea mía, porque un par de líneas ajenas hicieron que el dedo disparara y mi ojo quedara ciego por una milésima de segundo, mientras del otro lado de las cortinas el movimiento de ave acuática quedara convertido en eternidad. Ignorante el agua plateada, indiferentes el ala y su ave cenicientas, desconocedores el poeta y el fotógrafo de que cada uno forja el destino del otro de prestidigitadoras formas más allá de todo verbo. Cuán poco hay nuestro en cada hecho y en cada acto, y sin embargo, somos la suma de los actos y de los hechos. Puede que tal vez hoy quizá la foto no sea mía. El texto no lo es.