14/02/2015

De la vida sagrada

La vida de todo ser humano debe ser sagrada.
Lo sostuvo Kurt Eisner, que fue asesinado por la espalda de un tiro monárquico. Pasó un tiempo en Stadlheim por pacifista, tras invitar a huelga al sindicato de la industria armamentista de cara a la I Guerra Mundial. Denunció la responsabilidad de Alemania en el estallido de dicha guerra. Como periodista fue el editor que sucedió a Wilhelm Liebknecht en la publicación Vorwärts (Adelante). Wilhelm era el padre de Karl Liebknecht, también asesinado. Como Rosa Luxemburg. Ser pacifista en la primera mitad del siglo XX en el corazón de Europa se paga con la vida. La vida de todo ser humano debe ser sagrada. Kurt Eisner iba de camino a presentar su renuncia al parlamento bávaro. Una bala nacionalista lo traicionó por la espalda. El dueño de la mano ejecutora fue proclamado héroe por muchos. Kurt Eisner, partícipe de la revolución que derrocó a la monarquía de los Wittelsbach, que proclamó la República de Baviera, que fue su primer Ministro Presidente, había denunciado los intereses de los capitalistas, de los políticos, de los industriales y de los aristócratas como origen de la guerra. Kurt Eisner era socialista. Y era judío. La vida de todo ser humano debe ser sagrada. Su ejecutor también pasó un tiempo en Stadlheim. Después de ver condonada su pena de muerte y pasar cinco años entre rejas, de dejarle su celda a otro austriaco bastante más conocido. Kurt Eisner cumplió su injusta pena en el mismo lugar que sus victimarios. Porque creía en algo: La vida de todo ser humano debe ser sagrada.

©Iani Haniotis