30/09/2013

Compofusión vertical


La luz verde señala que pueden ir, pero yo sólo los veo venir.
El farol oficia de techo, de sacacorchos, de tapón, o simplemente descansa antes de su noche de trabajo, recostado sobre la grúa. Más allá no sé si son otros faroles o todos son el mismo, cada vez más pequeño, más viejo y encorvado, más cansado, mostrando su pasaje del otoño al invierno de su existencia entre luces y sombras.
La grúa, a su vez, descansa después de su jornada porque es el séptimo día. Es el símbolo del futuro construyendo el pasado. El futuro es un edificio que tendrá algún artístico nombre como centro de documentación. El pasado está documentado en fotos y textos que nos dicen lo que nunca debería repetirse en el futuro, cosas tales como usar camisas pardas, por ejemplo.
Al lado, en la foto pero no a la vista de los ojos, hay otro edificio más del que salen las futuras sinfonías que procuran tapar el sonido de pasadas máquinas de escribir. Las teclas han cambiado y ya no llevan rollos de tinta intercambiables, ahora hay pianos de cola y sus cuerdas producen melodías estudiantiles. Tal vez el próximo Beethoven esté ahora refugiado entre sus sólidas paredes. El mal antes tenía una central administrativa y desde sus azulejos todavía huele a azufre.
De entre las sombras se eleva un cigarro negro que quiere recordar al frío siberiano que se tragó sin té y sin samovar a los miles de invitados por Napoleón a pelear en una guerra que sería sólo el trailer para catástrofes posteriores en la noche urbana de Stalin.
Al fondo se erige desde la tierra donde florecen los limoneros una bóveda color de oro que ilumina la plaza con tonos de nube de acero y de tormentoso pasado. Por fuera es su sol eterno y por dentro, algo que también se esconde al ojo desde donde estamos parados, gobierna el símbolo de la eterna pureza y de la página no escrita, las paredes estucadas, el brillo, el reflejo, los rayos lumínicos que se filtran por su roseta y hasta las sombras resultan de un blanco absoluto.
Ante mí, dispuesta en el desorden cotidiano, una matemática composición de líneas verticales desde donde puedo ver como a una instancia de la trascendencia lo que está en los planos ocultos. Todo está en la foto, salvo que no todos podemos verlo. Yo tampoco, tal vez sea todo producto de mi imaginación. Entre el cielo y la tierra hay mucho más que lo que muestra tu fotografía, me susurra una voz.
Mientras, como pintadas por algún maestro del arte, las nubes se pasean y decoran la imagen, ajenas a todo y a todos, felices ignorantes que todo lo ven desde las alturas dejándose broncear por los vespertinos, casi nocturnos, rayos del sol.



08/09/2013

Grano de palabra



Mich interessiert das geistig Typische, ich möchte sogar sagen: 
das Gespenstische des Geschehens.
Rober Musil

Curiosa ausencia de contradicción. Estando no estás. No estando estás.
Cómo medir tu grado de presencia en tu ausencia.
                                               Cómo el de ausencia en tu presencia.
Sin bordes ni líneas que todo lo desdibujen. El verbo hecho carne. Puede ser.
La carne hecha verbo sobre todo. Las vísceras al desnudo. Todo lengua de fuego.
Me interesa lo espectral. Lo que está cuando no estás. Lo que no está cuando estás.
Tu palabra serpiente venenosa sanadora. Tu silencio sacro verdugo.

La palabra.
Igual a un grano de arroz que quizá sin saberlo deja su huella y está no estando
no está estando mientras escapa a las cadenas del tiempo y del espacio.


03/09/2013

Ecos traídos por el Iter

Escucho a una mujer. Está hablando a unos pocos centímetros de mí. Le habla a su teléfono, es todo lo que puedo ver. No comprendo el idioma en que se expresa. Ni lo identifico. Partes me llegan a través del cuentagotas de los susurros. Mientras leo

                 En la palma de una mano
ficticia,
            flor
ni vista ni pensada:
                              oída,
aparece
            amarillo
cáliz de consonantes y vocales
incendiadas.


Otros cuerpos se aproximan. Sus gargantas árabes puedo ver ahora diseñando sonidos en el aire. 
En la lejana lengua de Angelopoulos otra mujer inicia un diálogo, su sonoridad desprende olor a mar mediterráneo y a faros alejandrinos. 
Más que extrañarme algo de todo esto, confirmo que estoy en casa. No sé si es la casa del ser, es donde recuesto la cabeza cada noche y mis sueños se pueblan con los ecos de todo lo que el día incomprensible ha dispuesto para mí. Mi casa es donde sueño. Un sueño en imágenes salidas de los jardines colgantes de Babilonia.

01/09/2013

La realidad en el sueño

Reality is for those who can not sustain the dream
Slavoj Žižek

Abro los ojos. Dos puntos arquimedianos. Dos medios en un centro inconsistente. Abro los ojos de párpado en párpado. Comienzo a soñar. A ojo lavado. A pura luz. Cosas extrañas comienzan a suceder. La propia sucesión como cosa primera. Existe el tiempo, una cosa sigue a la otra, parece existir un orden establecido. Una historia. La histeria. Barbarie civil. Civil barbaridad. Todo orquestado. El caos como director batuta en ristre. La única palabra que me duele es nostalgia. Tiene incrustado el peso del dolor y de todo, que es lejano. Las primeras armas se transforman en flechas y lanzas, los primeros gestos en palabras y en insultos, luego en ley y en taxonomías. Veo mi cuerpo alejándose de mí con agitada parsimonia. No hay dirección donde la piel encuentre su ungüento balsámico. El dolor de la ausencia no se mide por la intensidad, se mide por la inmensidad que seca el hueso con marítima sal. Más allá de lo visible, más allá de lo medicinal. Después de los primeros balbuceos los metales se transforman, el lenguaje se vuelve cada vez más sofisticado, y el ser humano comienza a matarse cada vez a mayor distancia. Las vías para producir dolor son cada vez menos violentas para el ejecutor, encender una mecha, apretar un botón, jalar un gatillo. Olvidar el lente de aumento para ver el ojo vivo transformándose en objeto inanimado. Los idiomas se dispersan en torno a una torre y las muchedumbres se reparten el mundo. El otro comienza a volverse insoportable. Veo cómo el lenguaje muta en gramática e inventa teorías y divide por niveles a las poblaciones, desde un humanos demasiado humanos hasta Untermenschen o perros de dos piernas. Las matemáticas se yerguen para proteger la propiedad privada y se unen al idioma para decir yo, tú, mío y tuyo. El resto es guerra sin cuartel. En la soledad me miro en el espejo, la reflexión es mi única tierra, esa imaginación duplicada de lo que no fue, ni es, ni será. Escapo a la mirada que me busca y el rostro me resulta entonces esquivo. El diálogo es imposible y estrecharse la mano aun menos. La primera gran idea que inventa el idioma es la del orden. El avance que se manifiesta en la sucesión deja pocos ejemplos para tal cosa, en todo caso únicamente la violencia, la agresión, la sangre desparramada, el llanto, el hambre, la búsqueda de poder insaciable. Todo sumergido en un caos cada vez mayor a medida que el lenguaje luce cada vez más profesional. El ser que se interroga a sí mismo ha olvidado la pregunta por el ser, ha olvidado que se interroga y ha preferido renegar de algo que sea sí mismo. Cuando giro veo mi espalda, mi espalda reflejada en el espejo, igual que en un cuadro. Nada tiene respeto por las formas, escucho al espacio y al tiempo riendo al unísono y en el mismo lugar. Las cosas cambian de lugar y de perspectiva antes de que pueda pensar en imposibilidades. Ya todo es posible. Desde un punto cada vez más pequeño, cada vez trazado con una punta de lápiz más fino veo cómo el universo blanco de la hoja todo lo engulle, comida, plantas, animales y hasta seres humanos. No hay límite. Saturno no tiene quien lo destripe ya. Cronos es una marca que no mide el tiempo sino el capital. La infancia obligada a perder su inocencia en nombre del desarrollo, que bien puede ser otro término para la tristeza y la insatisfacción. Las máquinas para descuartizar al ser humano, no para liberarlo del arduo jornal ni para sustituirlo. Veo la revolución, ya así, con minúscula. La bandera que flamea desprende manchas de sangre, la igualdad está en la muerte, la fraternidad ha puesto un banco y la hermandad es un incesto. En la habitación la ventana se muestra como el contacto con el mundo. Permito entrar la luz pero me alejo de ella. Quiero al sol para mi soledad. Los rastros de mi cuerpo terminan en las arterias de mi incomprensión. Esta es mi sangre. Bombea y sacude a mi corazón que pide un respiro. Es un grito intermitente y sordo. La diferencia es ridícula. Todo es diferente a todo, pero en nombre de su inexistente contraria la igualdad se elevan estatuas a la libertad que hacen olvidar masacres. La libertad es, mirando a su artículo, una mujer violada y sodomizada que lleva los ojos vendados porque sus captores la conducen sin querer ser identificados. Los gritos de las víctimas se oyen detrás de los cristales, llegan desde todas las partes de la historia, hasta desde las más remotas. Las paredes que me contienen ofician de tapones para los oídos. Es la única forma de poder escribir. Cierro las cortinas de la que da al noreste, evito la columna de humo, la que conduce a la tumba en el cielo ceniza. Cierro la que da el noreste, donde fríos siberianos se encargan de dar muerte natural a sus visitantes. Cierro la que da al sur, centro de experimentaciones con personas que no se cuestionan a sí mismas ni tienen tiempo de reflexionar sobre la muerte porque está humanamente declarado que no les está permitido percatarse de ese detalle y por eso no saben que son personas, conejillos de indias de la salud en la sociedad del bien-estar, cuna de riquezas que adornan los más estilizados cuellos a base de estiletes. Me pierdo en los meandros de mi propia memoria, que está llena de miradas al futuro, esa fantasía irrealizable, ese plan B sin puerta de salida de emergencia. Mi escritorio es el lecho de mi escribiente mano, único resguardo en todo este sueño. Aparatos radiofónicos representan la extensión de la metamorfosis del lenguaje. Traen todo tipo de nuevas, las de los nuevos métodos para infligir dolor, la información de las bombas sin la molestia del estruendo, la doxa permanente que la corbata bien anudada produce gracias a la afasia inducida a masas de pobres seres que nadie quiere escuchar y mucho menos entender desde un diván, niños corriendo desnudos por calles en medio de la selva mientras sus madres son violadas, aldeas inoculadas con bacilos en nombre del bien general y del progreso, el orden vigilando que cada cosa esté en su correcto lugar con el dólar y el garrote de neutrones o el reactor atómico al alcance de la mano. Veo una foto. En la foto no estoy solo. Las figuras son difusas. Esqueléticas representaciones de una palabra que parece querer decir pasado. El pasado como representación del futuro nunca materializado, como palabra que encierra lo que nunca tendrá lugar. El peñón inaccesible que ilustra la presencia del abismo y del más allá. La suave brisa primaveral toca con sus dedos los transparentes límites que dibuja la ventana, la única que permanece sin cubrir. Abro la ventana de par en par. Cuando la abro toda la pesadilla intenta entrar a empujones disfrazados de palabras biensonantes y muy educadas. Después de siglos de este extraño sueño el olor es insoportable e inocultable. La pestilencia se ha vuelto resistente a todo intento de camuflaje. La muerte está en cada instante y en cada partícula. Empujo las hojas y me siento antes el escritorio. Me sumerjo en el sillón, y entonces, cierro los ojos y me dejo dormir, me dejo dormir profundamente para entrar por fin en la única realidad a la que se puede sobrevivir. Esa en la que no existe función alguna para esa guillotina que llamamos reloj. Esa en la que sólo se puede entrar con los párpados cerrados de ojo en ojo. La realidad en el sueño.