Ein Kreuz. Der Bahnhof.
Von oben. Gleise, Einkaufszone, Ein- und Ausgang. Ein Kreuz. Von oben. Der
Bahnhof. Eine Hand. Der Unterarm. Vielleicht. Binnen Minuten. Die Hand. Wie ein
Vogel, der seinen Flug beginnt. Aus dem Eisenbahnwagenfenster. Bewegung rund herum.
Menschen. Koffer. Hin und her. Der Bahnhof bewegt sich nicht. Der Körper auch
nicht. Stille. Stille wie eine Palme. Eine Palme mitten der überbevölkerten
Wüste. Stände. Essen und Trinken. To go. Zuhause wartet der Tee der Einsamkeit.
Die Hände auf den Oberschenkeln. Wie genagelt. Die Augen. Wie auf die Gardinen
genagelt. Alles in Paaren. Zwei und zwei. Aller guten Dinge sind drei. Der Zug
ist noch nicht da. Stille. Blicke, die einander nicht begegnen.
Unbehaglichkeit. Worte wären vielleicht noch schlechter. Lieber so. An danach
denken. Zuhause eintreten. Die gleiche Stadt. Leer. Die Einsamkeit als die
einzige Gesellschaft. Ein Flüstern. Der Kopf dreht sich um. War nicht für diese
Ohren. Den Atem zurückhalten. Wie den Rauch einer Zigarre. Die Stille hat einen
grauen Körper. Aber es ist die Kälte. Die Kälte des Winters. Die Kälte der
Entfernung. Die Entfernung existiert noch nicht. Die Grenze ist der Koffer
zwischen den Körpern. Groß wie die Chinesiche Mauer. So groß. So lang. Morgen
wird die Entfernung wirklich. Das letzte Bild. Still. Zeitlos. Eine Postkarte.
Sepia wahrscheinlich. Der Bahnhof. Ein Kreuz. Von oben. Zusammenströmen. Die
eilige Mutter. Das Kind hinterher. Kämpft mit seinem bunten Koffer. Der Manager
drängt, Handy auf der Hand. Die keuchende Oma. Sie will, kann aber es mit
Schwierigkeiten. Junges Gelächter. Die Nacht findet ihren Zenit. Der Zug kommt.
Die Nummer und die Ankunftszeit sind richtig. Wie eine Verordnung. Eine
Verurteilung. Der Moment ist gekommen. Der Körper richtet sich auf. Die ersten
Reisenden steigen aus. Eine Pfeife lässt sich hören. Weit weg. Ein anderer Zug kommt
an. Ein anderer fährt ab. Die Hand ist noch nicht zu sehen. Vielleicht ein Teil
des Unterarms. Wie ein Vogel, der den Flug beginnt. Ohne Feierlichkeit. Ohne
Formalitäten. Eine Reflexhandlung. Die Macht der Gewohnheit. Eine nie geübte
Gewohnheit. Eine Schullektion. Auch nie gelernt. Trotzdem kennt sie jeder.
Binnen Sekunden ist sie dran. Und danach. Zuhause. Heimat soll sie heißen. Die
Hände auf den Oberschenkeln. Die Augen. Sie erblicken die Hände. Die Füße auf
dem Boden. Alles wie genagelt. Der Tee. To Stay. Morgen. Die wirkliche
Entfernung. Zwei Menschen. Eine Stadt. Zu klein. Dann zwei Städte. Noch ein
Weltall. Der Bahnhof. Der Zug, der Koffer schluckt. Der Menschen schluckt.
Stimme und Stille bringen durcheinander. Jubel und Traurigkeit. Ein Fenster
wird aufgemacht. Die Dämpfe des Bahnhofs. Die Kälte. Ein Film, der sich
wiederholt. Einmal. Tausendmal. Die Hauptdarsteller sind nur anders. Die Hand
kommt raus. Ein Handschuh eigentlich. Der sieht wie ein Vogel aus. Eine dunkle
Taube, die mit ihrem Flug beginnt. Die Macht der Gewohnheit. Eine Pfeife. Der
Zug. Die Räder beginnen langsam zu rollen. Der Vogel entfernt sich. Er ist
nicht mehr dort zu sehen. Danach. Der Körper. Die Oberschenkel. Die Hände. Die
Augen. Wie genagelt. Der Tee.
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Una
cruz. La estación. Desde arriba. Andenes, zona de compras, entrada y salida.
Una cruz. Desde arriba. La estación. Una mano. El antebrazo. A lo mejor. En
pocos minutos. La mano. Como un pájaro, al emprender el vuelo. De la ventana
del vagón del tren. Alrededor, movimiento. Personas. Valijas. Para acá y para
allá. La estación no se mueve. El cuerpo tampoco. Quietud. Quietud como una
palmera. Una palmera en medio del desierto superpoblado. Puestos. Comida y
bebida. To go. En casa espera el té de la soledad. Las manos sobre los muslos.
Como clavadas. Los ojos. Como clavados a las cortinas. Todo de a dos. Dos y
dos. No hay dos sin tres. El tren no llega todavía. Quietud. Miradas que no se cruzan.
Incomodidad. Tal vez fueran las palabras algo todavía peor. Mejor así. Pensar
en después. Entrar en casa. La misma ciudad. Vacía. La soledad como única
compañía. Un susurro. La cabeza que gira. No era para esos oídos. El aliento
suspendido. Como el humo de un cigarro. La quietud tiene cuerpo gris. Pero es
el frío. El frío del invierno. El frío de la distancia. La distancia no existe
todavía. La frontera es la valija entre los cuerpos. Grande, como la Muralla
China. Así de grande. Así de larga. Mañana la distancia será real. La última
imagen. Quietud. Intemporal. Una postal. Sepia, probablemente. La estación. Una
cruz. Desde arriba. Masas de gente en movimiento. La madre con prisas. El hijo detrás.
Luchando con su colorida valija. El ejecutivo que empuja, celular en mano. La
abuela jadeante. Quiere, pero puede sólo con dificultad. Risotadas juveniles.
La noche encuentra su cenit. Llega el tren. El número y la hora de llegada son
correctos. Como un decreto. Como una condena. El momento ha llegado. El cuerpo
se incorpora. Descienden los primeros pasajeros. Se puede escuchar un silbato.
Desde muy lejos. Llega otro tren. Otro, parte. La mano no se puede ver todavía.
Una parte del antebrazo, tal vez. Como un pájaro, cuando comienza el vuelo. Sin
solemnidades. Sin formalidades. Un acto reflejo. La fuerza de la costumbre. Una
costumbre nunca practicada. Una lección de escuela. Nunca aprendida, tampoco.
Por todos conocida, sin embargo. En segundos aparecerá. Y después. En casa. Eso
que se da en llamar el hogar. Las manos sobre los muslos. Los ojos. Mirando las
manos. Los pies sobre el suelo. Todo como clavado. El té. To stay. Mañana. La
verdadera distancia. Dos personas. Una ciudad. Demasiado pequeña. Que sean dos.
Un universo todavía. La estación. El tren que traga valijas. Que traga
personas. Voces y silencio se confunden. Alegría y tristeza. Una ventana se
abre. Los vapores de la estación. El frío. Una película repetida. Una vez. Mil
veces. Lo único diferente son los protagonistas. Sale la mano. Un guante, en
realidad. Que luce como un pájaro. Una paloma oscura, que comienza a remontar
el vuelo. La fuerza de la costumbre. Un silbato. El tren. Las ruedas comienzan
a girar lentamente. El pájaro se aleja. Ya no se lo puede ver. Después. El
cuerpo. Los muslos. Las manos. Los ojos. Como clavados. El té.
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