Escucho a una mujer. Está hablando a unos pocos centímetros de mí. Le habla a su teléfono, es todo lo que puedo ver. No comprendo el idioma en que se expresa. Ni lo identifico. Partes me llegan a través del cuentagotas de los susurros. Mientras leo
En la palma de una mano
ficticia,
flor
ni vista ni pensada:
oída,
aparece
amarillo
cáliz de consonantes y vocales
incendiadas.
Otros cuerpos se aproximan. Sus gargantas árabes puedo ver ahora diseñando sonidos en el aire.
En la lejana lengua de Angelopoulos otra mujer inicia un diálogo, su sonoridad desprende olor a mar mediterráneo y a faros alejandrinos.
Más que extrañarme algo de todo esto, confirmo que estoy en casa. No sé si es la casa del ser, es donde recuesto la cabeza cada noche y mis sueños se pueblan con los ecos de todo lo que el día incomprensible ha dispuesto para mí. Mi casa es donde sueño. Un sueño en imágenes salidas de los jardines colgantes de Babilonia.
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