La imagen es una
palabra. Sus huesos, signados por el desconocimiento de su propia existencia,
se elevan, no levitan, transformándose en pequeños edificios que crecen como
plantas. Al verla desde la parte superior, la imagen, esa palabra, vemos que
conserva su silueta. Únicamente su acercamiento resulta perceptible. Mirarla
lateralmente da la impresión de asistir a la construcción de un complejo urbano
sin alma, abstracto, puro acero y concreto.
La palabra es
una imagen. Penetra en la hoja blanca, la perfora y se pierde en las
profundidades. Deja una marca candente igual a la de la temporada de yerra.
Delante nada y detrás vacío. La palabra, esa imagen, es pura forma en dos
dimensiones. Sin cuerpo y sin estructura, su espíritu emana significado.
No hay palabra
sin imagen. Todo es línea recta, curva, trazos perpetrados sobre el papel
impasible que nada dice, mientras se dibuja esa imagen, la palabra. Tinta negra
sobre fondo blanco.
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