Alex. Franz Biberkopf
ya no te anda merodeando. Los años locos están en la estela de tu pasado.
Recordará ya alguien que tu nombre procede de San Petersburgo. Me pregunto. El
empapelado socialista se ha descascarado. Sobrevive algún graffiti. Inabarcable
Alex. Estación, torre, reloj. Centro comercial. La plaza que se ocultaba bajo
los pies de un 4 de noviembre ya no es del este. Alex. Occidental como nunca. Los cafés que te rodean ya no llevan los mismos nombres. Han cambiado silenciosamente de bloque. Sus caracteres son angloparlantes, como casi todo su público.
Las antiguas huellas de Döblin, las de Fassbinder. Son difíciles de encontrar.
Pero ahí estás. Gris. Como el cielo que te cubre. Rota la monotonía por el
amarillo tranvía.
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